Las plumas traidoras al servicio de los golpistas contra el G.P.R.A.

La historia de la independencia argelina es la de una lucha heroica contra el colonialismo, pero también, trágicamente, la de una traición orquestada por una cúpula militar que, en 1962, destruyó la esperanza de un Estado civil en favor de un régimen autoritario. El GPRA (Gobierno Provisional de la República Argelina), legítimo representante del pueblo y punta de lanza de las negociaciones para la independencia, fue brutalmente derrocado por el Ejército de las Fronteras dirigido por Houari Boumédiène, un hombre que nunca había combatido en suelo argelino. Al orquestar este golpe de Estado, Boumédiène y sus aliados, ayudados por desertores del ejército francés, no solo sembraron la violencia—que costó la vida a más de 3,000 personas—sino que también establecieron un régimen militar que aún domina hoy en día. Peor aún, esta toma del poder encontró defensores entre algunas plumas traidoras, intelectuales y teóricos que intentaron justificar esta represión presentándola como una necesidad histórica. Este ensayo desmontará estas justificaciones falaces, afirmando que el GPRA era el único representante legítimo del pueblo argelino, traicionado por las ambiciones de militares analfabetos.

La legitimidad del GPRA: La autoridad revolucionaria derrocada

El GPRA, formado en 1958, era mucho más que un simple órgano administrativo de la independencia argelina. Era la encarnación política de las aspiraciones del pueblo argelino, reconocida internacionalmente como la voz legítima de la revolución. Compuesto por líderes civiles que habían luchado por la libertad del país, el GPRA representaba una visión de un futuro donde Argelia sería gobernada por civiles y no por las armas. Este gobierno, que había negociado el fin de la colonización con Francia, albergaba las esperanzas de una Argelia democrática e independiente. Sin embargo, estas aspiraciones fueron violentamente aniquiladas por un ejército que, lejos de haber combatido en el corazón del país, se mantenía en las fronteras, esperando su momento.

Houari Boumédiène, líder del Ejército de las Fronteras, nunca había participado en los combates internos en suelo argelino. Sin embargo, gracias a alianzas oportunistas con desertores del ejército francés y aprovechando las divisiones internas del movimiento de liberación, logró derrocar al GPRA. Este golpe de Estado no fue simplemente un cambio de liderazgo, sino un acto de traición profunda. El GPRA, que representaba la voz popular, fue brutalmente eliminado, mientras Boumédiène se autoproclamaba el hombre fuerte de un régimen militar que perdura hasta hoy.

Las plumas traidoras: Justificaciones cínicas del golpe de fuerza

Lo que hace que este golpe de Estado sea aún más abyecto es la manera en que algunos intelectuales intentaron justificar esta toma del poder. Bajo el pretexto de la ausencia de una clase política organizada y de un supuesto analfabetismo rural, estos teóricos argumentaron que el Estado argelino post-independencia había tenido que recurrir a la fuerza para «disciplinar» a una población descrita como políticamente inmadura. Tal justificación solo oculta las verdaderas motivaciones de los golpistas: la consolidación del poder por parte de una cúpula militar, y no el establecimiento de un Estado democrático.

La idea de que el Estado hubiera instaurado una política de la fuerza para «educar» a una población rural y analfabeta no solo es paternalista, sino históricamente errónea. Durante la guerra de independencia, las poblaciones rurales, lejos de ser pasivas o inconscientes, desempeñaron un papel central en la resistencia anticolonial. Son estas mismas poblaciones las que apoyaron a los maquis en su lucha encarnizada contra el ejército francés. Afirmar que estas poblaciones carecían de conciencia política equivale a insultar su compromiso y a minimizar su papel en la liberación nacional.

Una violencia represiva disfrazada de política educativa

Detrás de esta retórica pseudo-pedagógica se oculta una realidad mucho más oscura: la violencia ejercida por el Ejército de las Fronteras no era en absoluto un intento de edificación nacional. No se trataba de enseñar o disciplinar a un pueblo, sino de eliminar cualquier oposición civil. Al utilizar la fuerza para tomar el poder, Boumédiène y sus aliados asesinaron a más de 3,000 argelinos. Esta violencia no fue un medio para establecer un nuevo orden, sino una represión brutal destinada a aniquilar al GPRA y garantizar el control total de los militares.

Esta toma del poder militar ha dejado huellas profundas y duraderas. Hoy en día, Argelia sigue gobernada por un ejército que importa su equipo militar del extranjero y que continúa sofocando cualquier intento de reforma democrática. Las manifestaciones pacíficas, como las del movimiento Hirak, son reprimidas con sangre, ilustrando el hecho de que los herederos de Boumédiène nunca han renunciado a la violencia como herramienta de gobierno.

La manipulación de los intelectuales: Legitimar lo ilegítimo

Al pretender que el golpe de Estado de 1962 fue una necesidad impuesta por la ausencia de fuerzas políticas civiles, estos intelectuales olvidan un elemento fundamental: el ejército no se vio obligado a tomar el poder. Lo hizo por ambición y cálculo político. Las justificaciones que invocan el analfabetismo y la ausencia de conciencia política son solo herramientas retóricas para eximir a los golpistas de sus crímenes. En realidad, las poblaciones rurales, lejos de ser espectadores pasivos, estaban en el corazón de la resistencia y habrían estado dispuestas a apoyar a un gobierno civil y democrático, si se les hubiera dado la oportunidad.

Es particularmente cínico sugerir que la violencia militar era una herramienta educativa necesaria. Esta retórica oculta una voluntad fría de dominación. Las plumas traidoras que se pusieron al servicio de los golpistas intentaron transformar un acto de traición en una necesidad histórica, ignorando la verdad histórica y las aspiraciones del pueblo.

Conclusión: Una traición inolvidable

El golpe de Estado de 1962, orquestado por Boumédiène y sus aliados, fue una profunda traición a los ideales de la revolución argelina. El GPRA, único representante legítimo del pueblo, fue brutalmente eliminado en favor de un régimen militar que, sesenta años después, sigue dominando la política argelina. Más grave aún, esta traición vino acompañada de una serie de justificaciones intelectuales que intentaron presentar el uso de la fuerza como una necesidad histórica, una tentativa hipócrita de reescribir la historia en favor de los golpistas. La Argelia de hoy sigue marcada por esta traición, aún prisionera de un régimen que ha dado la espalda a los ideales de libertad y democracia defendidos por el GPRA. Las plumas traidoras, al legitimar este golpe de fuerza, han contribuido a enterrar los sueños de una Argelia libre, soberana y gobernada por su pueblo.

Khaled Boulaziz

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