El 31 de diciembre de 2024, frente a las costas de Mostaganem, una madre y sus cuatro hijos perdieron trágicamente la vida en las aguas del mar Mediterráneo. Esta tragedia, ocurrida pocos días después de otro incidente en Boumerdès donde murieron 28 personas, incluida una mujer embarazada, ilustra la dolorosa decisión que enfrentan muchos argelinos: arriesgarse a morir en el mar o sobrevivir en una Argelia donde la esperanza parece haber desaparecido.
Según datos publicados por la ONG Caminando Fronteras, 2024 estuvo marcada por cifras alarmantes: 517 personas murieron en la ruta marítima que conecta Argelia con España, un aumento del 19% respecto a 2023. Más trágico aún, 26 embarcaciones desaparecieron por completo, dejando a familias en una espera interminable y un duelo imposible de superar.
Esta realidad sombría contrasta fuertemente con el discurso pronunciado el 29 de diciembre de 2024 por el presidente Tebboune ante el Parlamento. El presidente pintó un panorama de una Argelia próspera, afirmando que “todos los indicadores económicos y financieros son positivos”. Sin embargo, este discurso parece desconectado de la realidad, ignorando a los miles de ciudadanos dispuestos a arriesgarlo todo para abandonar el país, incluso a costa de sus vidas.
Hoy en día, la ruta marítima argelina se ha convertido en la más mortífera del Mediterráneo occidental, reflejando el agravamiento de una profunda crisis social que las autoridades se niegan a reconocer. De manera notable, esta ruta, históricamente utilizada por argelinos, ahora acoge al 40% de migrantes de otras nacionalidades, convirtiendo a Argelia en un país de tránsito contra su voluntad.
La ausencia total de este fenómeno en los discursos oficiales y en los medios de comunicación controlados por el Estado va más allá de la mera negación. Revela una explotación cínica de esta tragedia humana por parte del gobierno argelino, que parece utilizar la migración ilegal como herramienta de presión diplomática contra España y Francia. Esta estrategia es particularmente inmoral, sabiendo que la mayoría de los migrantes argelinos buscan llegar a Francia tras entrar en España, aprovechando los acuerdos de 1968 que facilitan su regularización.
Mientras tanto, el presidente Tebboune promete un aumento del 53% en el poder adquisitivo y «megaproyectos» destinados a transformar el país. Sin embargo, la realidad diaria empuja a familias enteras a arriesgar sus vidas en el mar. La falta de medidas concretas para frenar esta crisis refleja, o bien un fracaso para comprender su magnitud, o bien un cálculo político cínico para dejar partir a una juventud vista como un posible factor desestabilizador.
La creciente dispersión de los puntos de partida a lo largo de la costa argelina y la expansión de los destinos hacia las Islas Baleares y la costa de Valencia, a pesar de los riesgos crecientes, reflejan una desesperación en aumento. Según Caminando Fronteras, el 91,42% de los cuerpos de las víctimas desaparecen en el mar, dejando a sus familias en un duelo interminable.
En este contexto, la brecha entre las promesas de un gobierno que vive en un «mundo paralelo» – como describió acertadamente el rey Mohamed VI – y el sufrimiento de la población es evidente. Al ignorar esta crisis humana en su discurso del 29 de diciembre, el presidente Tebboune demuestra la desconexión entre un régimen atrapado en sus ilusiones y una población dispuesta a arriesgarlo todo para escapar de una vida sin futuro.
La transformación de esta ruta migratoria, con la aparición de nuevos perfiles que incluyen familias enteras y menores no acompañados, refleja el agravamiento de una crisis social que el gobierno sigue negando. Las cifras de 2024 no son solo estadísticas; cuentan la historia de un profundo fracaso político: un sistema incapaz de ofrecer un futuro a su juventud.
La verdadera pregunta ya no es cuánto tiempo puede durar esta negación, sino cuántas vidas seguirá costando. Mientras el presidente presume de éxitos económicos imaginarios, el Mediterráneo continúa convirtiéndose en un cementerio para aquellos que ya no creen en las promesas de un gobierno desconectado de su pueblo.