Pedro Canales
Israel sigue bombardeando Líbano, y promete “llegar hasta el final”. Pero ¿cuál es ese “final”? El presidente francés Enmanuel Macron ha pedido a Israel que acepte el alto el fuego con el movimiento Hezbollá y cese la guerra en Líbano. El primer ministro británico Keir Starmer, sigue la misma línea. La Casa Blanca por su parte declara en un Comunicado remitido a la Asamblea General de la ONU en cónclave en Nueva York, que “la situación entre Líbano e Israel desde el 8 de octubre de 2023 es intolerable y presenta un riesgo inaceptable de una escalada regional más amplia”. Una declaración conjunta de Francia, Estados Unidos y otros aliados de Israel piden “un alto el fuego de 21 días entre el Ejército israelí y el movimiento Hezbollá”.
Todo esto no son nada más que palabras, como máximo impregnadas de buenas intenciones, pero nada más. El proverbio atribuido al filósofo y político romano Marco Tulio Cicerón, “el dinero es el nervio de la guerra” sigue vigente más de dos mil años después. Cicerón sabía de lo que hablaba; la guerra era la osatura del Imperio de los Césares, su razón de ser y la garantía de poder subsistir.
El dinero sigue fluyendo sin interrupción hacia Israel, de la City londinense, de la Banca parisina y de la Cámara de representantes estadounidense. Dinero significa flujo financiero, capital cibernético y material de guerra. Israel recibirá un paquete de 8.700 millones de dólares de ayuda de los Estados Unidos. Los otros aliados del Estado hebreo también le proporcionan armas y dinero, pero en menor cuantía.
Curiosamente, Washington anunció también estos días una ayuda militar de 375 millones de dólares a Ucrania, que se añaden a los 61 mil millones desbloqueados hace cinco meses y que la Cámara de representantes retenía. Los tres paquetes de donaciones militares estadounidenses van para Ucrania, Israel y Taiwán, y totalizan este año más de 90 mil millones de dólares. ¿Qué relación tienen los tres agraciados? Hay que buscarla en la estrategia y geopolítica mundial.
Ucrania y Taiwán se explican porque la primera está en guerra con Rusia, y la segunda amenazada de conflicto bélico por China. Y tanto Rusia como China son considerados por los Estados Unidos como “enemigos actuales o potenciales”. Pero Israel ¿por qué?, si es Tel Aviv quien desencadena las guerras. Ni Siria, ni Líbano, ni Yemen, ni Irán han declarado el estado de guerra contra Israel; al contrario, es el Tsahal y las legiones negras israelíes quienes han abierto los frentes bélicos con todos ellos.
No es fácil entender qué quiere Israel y hasta dónde está dispuesta a llegar en su escalada guerrera. Es un país que ha evolucionado de ser un refugio para los rescatados del Holocausto hitleriano, ocurrido en Europa y a manos de europeos, hasta un Estado ultra militarizado cuyo objetivo se parece más al de imponer la Paz de los cementerios en todo su entorno geográfico, y reinar como único señor y dueño.
Hace pocos días la Comunidad de San Egidio, organismo que utiliza el Vaticano como palanca para intervenir en los conflictos mundiales, se reunió para abordar los conflictos en el Mediterráneo y la posible salida al choque bélico árabe-israelí con todas sus variantes y actores: Israel, Siria, Irán, Palestina, Yemen, Líbano, Arabia Saudita, Egipto, los movimientos Hamás, Hezbollá, los Hutíes etc.
En el encuentro, se habló de la hipótesis de que el actual régimen iraní se derrumbase, con lo que sus injerencias en Siria, Líbano, Iraq, Yemen y Palestina, se desinflasen, lo que para algunos significaría la Paz en Oriente próximo a medio plazo.
Una opinión con la que no pareció coincidir el ex presidente tunecino Moncef Marzuki , para quien “la solución Netanyahu es el apartheid para los Palestinos”, es decir que no habrá dos Estados como quieren hacer creer los aliados occidentales de Tel Aviv. Para Marzuki “visto el deslizamiento a la derecha de la opinión israelí en estos últimos veinte años, el pueblo tribu está convencido de que la anexión de Cisjordania es ineluctable”. Este sería pues el primer escenario perseguido por Israel: anexionarse Gaza, Cisjordania, algunas regiones de Siria como los Altos del Golán y ¿por qué no? el Sinaí, para formar el Heretz Israel.
Este escenario explicaría los llamamientos hechos por el sionismo israelí a todos los judíos del mundo a instalarse en Israel, donde el Estado les ofrece las colonias implantadas en tierras palestinas, echando de las mismas a sus moradores y propietarios, y protegidos por el Ejército. Hace diez años los habitantes de Israel sumaban 7.794.000, y hoy llegan a los 9.300.000 habitantes. Si Tel Aviv engulle a los Palestinos ( cinco millones y medio) de Gaza y Cisjordania en su “Gran Estado”, alcanzará cerca de los 15 millones, y entonces la represión a los Palestinos será un simple problema interno del que ninguno de sus aliados dirá nada.
Sin embargo, no es éste el único escenario plausible. Porque con el paso de las décadas Israel se ha convertido en un ariete, una gigantesca base militar sofisticada de los Estados Unidos en el corazón medio oriental. Las alianzas tejidas por Washington en la región del cercano Oriente pasaron desde el Irán del Shah Reza Palevi, a la Turquía de los generales, que controlaron el poder durante el último siglo en la vieja Constantinopla, a veces directamente y otras por medio de partidos afines. Esas raíces del Complejo militar-industrial estadounidense en la región, sea Irán, sea Turquía, no son de fiar para los estrategas del Pentágono y la Casa Blanca. Israel, en cambio, sí es de fiar.
Si es el segundo escenario parte del “plan oculto” del sionismo internacional, variante que temen todos aquellos de siguen denunciando las resoluciones secretas del Primer Congreso Sionista celebrado en Basilea (Suiza) en 1897, aireadas por el panfleto de “Los Protocolos de los Sabios de Sión”, las guerras en Gaza y Líbano sólo serán un peldaño de la cadena. Las “armas secretas” que ha comenzado a utilizar Israel, hacen temer lo peor.