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Equilibrio frágil en el Mediterráneo Occidental

Pedro Canales

Para abordar los problemas cada vez más numerosos en el escenario internacional, existen dos métodos: acudir a las razones históricas que esgrimen unos y otros; o buscar proyectos y acuerdos que hagan viable el futuro común. Cualquier otro método es una simple combinación de los anteriores. El Mediterráneo Occidental y el norte de África son un ejemplo tangible de esta realidad.
En una región tan pequeña del planeta como el norte de África y el suroeste del continente europeo, hay más problemas que países que la componen. De hecho, no hay dos países que no tengan diferencias territoriales, disputas de recursos naturales, diferencias étnicas, lingüísticas, sociales, familiares, o incluso oposiciones políticas y regímenes enfrentados.
Ni que decir tiene que, desde la perspectiva de cada uno de los protagonistas (estamos hablando de solo una docena de países en ambas orillas del Mediterráneo), cada uno cree tener razones históricas, jurídicas y legítimas para defender su postura frente al rival o enemigo.
España tiene diferencias con Portugal en materia fronteriza en la propia península ibérica (la cuestión de Olivenza) y en las Islas Salvajes situadas en pleno Océano Atlántico entre Canarias (España) y Madeira (Portugal), con sus correspondientes aguas jurisdiccionales. También tiene España diferencias en la delimitación marítima con Francia y con Argelia.
Sin embargo, son más conocidos los litigios entre España y Marruecos, tanto en la delimitación de sus respectivas aguas territoriales en el Mediterráneo como en el Atlántico, así como en la cuestión de las ciudades de Ceuta y Melilla y las islas e islotes mediterráneos adyacentes a las mismas.
En el caso de Marruecos, además de los diferendos con España, existen otros con Mauritania sobre las aguas que bañan la ciudad de La Güera (que fue del Sahara Occidental español y hoy es el extremo sur de la provincia marroquí de Ausserd) y la ciudad de Nuadibú (capital comercial de Mauritania y puerto estratégico del norte del país). Ambas ciudades se encuentran una después de la otra a lo largo de la estrecha península que termina en el Cabo Blanco y que separa el Atlántico de la Bahía de Nuadibú, llamada del Galgo en las cartas náuticas españolas.
El conflicto más conocido entre Marruecos y Argelia concierne, sin embargo, primero al trazado fronterizo firmado por el rey Hassan II de Marruecos y el presidente Chadli Benyedid de Argelia, pero no ratificado por los dos Parlamentos y por lo tanto sin aplicación; y segundo, a la explotación conjunta de las minas de hierro de Gara Djebilet situadas en la región de Tinduf. Estos conflictos de lindes e intereses entre Argel y Rabat se prolongan con el conflicto del Sahara, cuyas repercusiones en la seguridad y estabilidad de la región son bien conocidas.
Más al este de África del Norte, Argelia, Túnez y Libia también siguen sumidos en problemas de delimitación territorial con graves consecuencias, aunque episódicas, en las relaciones entre vecinos.

¿Soluciones?
Una gran parte de estos problemas activos o potenciales son herencia del pasado, de las relaciones entre los diferentes países o de la época colonial; otros son consecuencias de disputas hegemónicas, de diferencias políticas de régimen, o de ambiciones personales de sus dirigentes.
¿Hay solución para resolver estos problemas endémicos? Sí, la hay. La solución no reside en acudir a convenciones, tratados, acuerdos, leyes internacionales, tribunales o posiciones de terceros, sino en la convergencia de los intereses mutuos hacia el futuro.
España y Portugal, por ejemplo, no entran en conflicto porque ambos países tienen un interés común en el desarrollo compartido, y lo respetan. Tampoco lo hacen Francia y España, porque ambos trabajan para que el Cantábrico oriental o el Golfo de Lyon, donde se solapan las aguas jurisdiccionales, sean beneficiosos para ambas flotas pesqueras y la explotación de recursos.
Un ejemplo de futuro convergente e interés mutuo compartido es el acuerdo entre Marruecos y Mauritania, patrocinado por los Emiratos Árabes Unidos, para el desarrollo de la fachada atlántica común.
La autopista Tánger-Casablanca-Laayún-Dajla-Nuadibú-Nouakchott-Dakar; el desarrollo y coordinación de los puertos de Marruecos, Mauritania y Senegal; el desenclave del Sahel hacia el Atlántico a través de Marruecos y Mauritania; y los proyectos de energía verde comunes, han estado en la agenda de discusión entre el rey Mohamed VI, el presidente mauritano Mohamed Uld Ghazouani y el presidente emiratí Mohamed bin Zayed al Nahyan, celebrada en Abu Dhabi hace unos días. Previamente, Marruecos y Mauritania habían acordado estos puntos en la visita del jefe de estado mauritano a Rabat poco antes.
El desarrollo común y el compromiso político y financiero para llevarlo a cabo son la base para superar los diferendos históricos. No es la fuerza, ni la astucia, ni el dominio del fuerte sobre el débil.
¿Se puede aplicar este método a la solución definitiva del conflicto del Sahara? Sí, lo mismo que al conflicto latente en torno a Ceuta y Melilla. La base son los proyectos comunes de futuro compartido. Es un proceso, ciertamente, pero el camino debe ser inquebrantablemente el acuerdo para el desarrollo, los planes futuros políticos, económicos y estructurales.
Por eso, en el caso del Sahara, la propuesta de autonomía ampliada hecha por el rey Mohamed VI en la ONU hace 18 años es la más adecuada para resolver el conflicto. Argelia no lo entiende así, porque basa su política exterior en la fuerza militar y en la capacidad financiera de sostener una guerrilla, la del Frente Polisario, cuya seña de identidad es la victoria por las armas. Una diplomacia, la argelina, sustentada por la inagotable fuente de divisas que le acarrea la venta de hidrocarburos en el mercado mundial. El mismo método político basado en la fuerza que aplica en el Sahel, en Libia, en Francia o en España.
Las señales de implosión que se vislumbran en Argelia no son producto de protestas y movilizaciones populares, ni de alternativas de una oposición política amordazada, ni de la falta de medios para sostener el Estado de bienestar que cura los males sociales con inyecciones financieras. No. El descontento entre los jóvenes, la inquietud dentro del Ejército Nacional Popular, el desencanto de los intelectuales con el fallido proyecto nacional y el profundo rechazo a la soberbia del régimen renegado de los valores de la lucha anticolonial son factores de una implosión potencial cada vez más probable.

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