Icono del sitio leméditerranéen المتوسطي

Batallas estratégicas y geopolíticas en el Mediterráneo occidental

Pedro Canales

Durante más de medio siglo, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, el Mediterráneo occidental ha sido un teatro restringido de la Guerra fría, en el que las actividades terrestres y navales, las operaciones de comandos, las acciones de inteligencia, las alianzas y los cambios geopolíticos obedecían a los imperativos del enfrentamiento entre el bloque liderado por Washington (Canadá, Estados Unidos y Europa occidental), y el bloque soviético dirigido por Moscú. Era lo principal y lo determinante.

Los procesos de descolonización en África, la guerra de Argelia, la revolución en la Yamahiria libia comandada por el coronel Gadafi, el abandono español de su última colonia del Sahara Occidental y su traspaso a Mauritania y Marruecos, así como las sucesivas guerras árabo-israelíes y las guerras del Golfo, fueron minuciosamente seguidas y supervisadas por las bases de uno y otro bando existentes en el Mediterráneo occidental, el suroeste europeo y el norte de África: las bases estadounidenses de Rota y Morón, la británica de Gibraltar, Tulon de la marina francesa, la aeronaval británica de Weelhus en Libia, la de Mazalquivir en la Argelia francesa hasta la Independencia en 1962 y después usada como escala para aprovisionamiento por el Ejército y la Marina soviéticas (rusas) igual que la de Trípoli, las filo-soviéticas de Egipto, todas ellas fueron peldaños en la Guerra fría.
Sin embargo desde hace unos años a esta parte estamos asistiendo a un redespliegue estratégico que está recomponiendo el mapa geopolítico en el Mediterráneo occidental. Todos los protagonistas históricos sigue ahí, Rusia en nombre de la URSS, pero se han sumado otros nuevos: Irán, China y el dúo Emiratos Árabes Unidos con Arabia Saudita, por una parte; y Alemania, Japón y una mayor presencia proactiva de Gran Bretaña, por otra.

Los conflictos y tensiones que aún persisten en la región del suroeste europeo y el norte de África, incluidos el Magreb y el Sahel, no se plantean en los mismos términos que en los años 70 del siglo XX o a comienzos de este nuevo siglo. La rivalidad entre Argelia y Marruecos, el conflicto del Sahara, la inextricable crisis en Libia, el volcán en erupción en el Sahel desde Mauritania al Chad, ya no tienen la misma lectura de antaño.

Uno de los fenómenos nuevos en esta reorganización del mapa geopolítico regional, es que los países del sur, que antes eran meros espectadores, hoy adquieren protagonismo. Marruecos ha construido una moderna base naval en Ksar-el-Seguir a la entrada misma del Estrecho desde la que puede controlar el acceso naval y submarino al Mare Nostrun, y ha modernizado las bases navales de Casablanca y Agadir, desde donde proyecta su fuerza al Atlántico y coorganiza con Estados Unidos las maniobras militares African Lion; Argelia revitaliza las bases navales de Mazalquivir, Oran, Jijel y Tamentfoust, y moderniza las bases aéreas de Bufarik, Ain Oussera, Bechar y Laghouat, participando indistintamente en maniobras con el Ejército ruso y con las armadas de la OTAN; Mauritania ha hecho de su pequeña base marítima de Nuadibú, una más moderna con instalaciones capaces de ejercer el control sobre sus extensas aguas territoriales de más de 750 km de costa atlántica. España ha reactivado el eje Baleares-Estrecho-Canarias, surgido en 1980 como centro de gravedad del planeamiento estratégico español; y Francia, activo participante en las maniobras conjuntas marroquí-estadounidenses del African Lion, ha reconsiderado prioritaria su proyección atlántica africana, reconociendo la soberanía marroquí sobre la ex colonia española del Sahara, y planificando su eje Paris-Rabat-Dajla-Nuackchot-Dakar.

De este modo, la incorporación de nuevos actores en el tablero estratégico y geopolítico, se debe en gran medida a los nuevos objetivos que han surgido en la región del Mediterráneo occidental, el Sahara/Sahel y su prolongación al sur del continente: las enormes reservas de metales y tierras raras en la zona; los depósitos submarinos de metales imprescindibles para el desarrollo tecnológico a medio plazo; las gigantescas reservas potenciales de energía eólica y solar; las reservas de litio en África (Mali, Congo, Botsuana, Zimbabue, Namibia, Ghana); el cobalto y telurio del Mont Tropic situado a equidistancia entre el Sahara y Canarias; el oro de Malí, Sudán, Burkina Faso y Sudáfrica; el cobalto, el litio y el coltán, bautizados como los minerales necesarios para lanzar la Cuarta Revolución Industrial, que alberga el Congo. Todo ello marca el desafío geopolítico en el que entran en liza los principales actores internacionales.

Francia, Estados Unidos y Gran Bretaña, pero también Rusia, China y Japón, entran en las ecuaciones de la proyección costera africana impulsada por Marruecos, con el gasoducto Nigeria/Marruecos que enlazará 11 países; y en la proyección vertical africana que proyecta Argelia, con el gasoducto directo Nigeria/Argelia y la reactivación del eje Argelia-Nigeria-Sudáfrica. Todos los conflictos locales, regionales e inter africanos, se ven hoy bajo este prisma.

Gran Bretaña se ha convertido en actor principal, de forma directa por la conexión directa de Londres con las capitales africanas miembros de la Commonwealth y los nuevos ejes Londres-Rabat y Londres-Argel; y de forma indirecta por el papel de Gibraltar, base principal de espionaje e inteligencia con proyección africana y árabe, base militar (sus dos principales instalaciones son la base aérea de la RAF, en la parte norte del peñón, y el astillero militar naval de Navy Dockyard, en el centro oeste de la península), y centro de negocios financieros que se parece más a un paraíso fiscal antillano, por donde pasan los principales macroproyectos tecnológicos e industriales que van a servir de enlace entre Europa y África. Londres, que seguirá a corto plazo el camino de París sobre la soberanía marroquí en el Sahara, está construyendo cables de conexión eléctricos y de datos entre el Gran Bretaña, Gibraltar y Marruecos, y tiende sus apoyos a Argelia en sus macroproyectos de infraestructuras. Las relaciones entre las Casas Reales del Reino Unido y de Marruecos, vienen de lejos. En 2014 el Gobierno de Su Majestad Isabel II llegó a un acuerdo con el Gobierno marroquí del rey Mohamed VI para importar 50.000 toneladas de arena sacadas del desierto del Sahara occidental, y transportarlas a Gibraltar con el fin de llenar la playa de Sandy Bay.

En este marco de revolución geopolítica, se sitúa el proyecto de Túnel del Estrecho entre España y Marruecos, que unirá Europa continental y África posiblemente cuando termine esta década. Esta gigantesca obra, ha atraído la atención de rusos, japoneses, chinos, estadounidenses y europeos, incluidos británicos que van por su cuenta tras el Brexit, presentes en la región; y marca el tablero imprescindible para resolver tensiones y contenciosos, como el argelino-marroquí, el del Sahara, y los de Libia y el Sahel.

Salir de la versión móvil