Pedro Canales
Las migraciones existen desde que existe la Humanidad. Antes y ahora hay varias causas principales y muchas secundarias. Las guerras, los desastres naturales, la hambruna, las epidemias y la búsqueda de un futuro mejor, se cuentan entre las primeras. Las segundas son tan variadas como las motivaciones personales de sus protagonistas, mujeres y hombres, adultos y jóvenes.
Las vías de entrada a Europa con sus tres corredores, el oriental por Grecia y Turquía, el central por Italia, y el occidental por Francia, Portugal y España, principalmente esta última, están siendo noticia y motivo de preocupación para las sociedades receptoras de los inmigrantes y muy divididas políticamente en cuanto a qué hacer frente al fenómeno.
Antes de examinar esta cuestión en el marco de las relaciones entre Europa y el Magreb, en particular entre España y Marruecos, conviene recordar que mientras persistan las causas que originan el fenómeno migratorio, éste continuará existiendo.
Si la causa de la guerra en todas sus dimensiones es el motivo principal de la inmigración a Europa por el corredor oriental, donde decenas o centenares de miles de africanos y asiáticos esperan su turno, a lo que hay que añadir el desplazamiento de millones de ucranianos por toda Europa; en el corredor central hay una mezcla de motivos, de guerra y de situaciones de emergencia por causas naturales y sociales; mientras que en el corredor occidental, que concierne a España y en parte a Francia y Portugal, predomina el factor de la búsqueda de una vida mejor, trabajo, promoción personal y futuro familiar.
La prensa española y europea ha sido unánime en reconocer que gracias a la movilización de las Fuerzas de seguridad marroquíes, se ha podido contener la avalancha prevista de miles de jóvenes en la frontera de Ceuta, llegados de muchos rincones del país magrebí, aunque también de Argelia, Malí, Mauritania o África occidental, atraídos por llamamientos emitidos en las redes sociales. Se ha contenido, sí, pero no se ha resuelto, mientras las causas profundas perduren. Marruecos es un país de emigración, sí, pero también de inmigración de miles de jóvenes del África subsahariana, en busca de trabajo o de estudios.
Todo deja pensar que estos llamamientos en las redes sociales no han sido hechos por las mafias de la trata de personas, porque no sacan beneficio de ello, o un mínimo con el transporte de inmigrantes hasta la frontera. Los llamamientos proceden de otros lugares, con otras intenciones posiblemente, pero esto resulta irrelevante para el fenómeno en sí mismo.
En Marruecos se está produciendo un intenso y prometedor debate sobre los jóvenes, la inserción social, el acceso al mercado de trabajo y la emigración. El Alto Comisariado al Plan, que dirige el socialista y ex ministro Ahmed Lahlimi, nombrado en este puesto por el rey Mohamed VI, ha designado con el acrónimo de NEET al millón y medio de jóvenes entre 15 y 24 años (que corresponde a una cuarta parte de esta categoría social), como la cantera principal de los candidatos a la emigración, regular o irregular.
Otro organismo estatal, el Consejo Económico, Social y Medioambiental (CESE según sus siglas en francés), dirigido por Ahmed Reda Chami, ex dirigente de la patronal marroquí, considera que este millón y medio de jóvenes hace frente a tres rupturas existenciales: el fracaso escolar, el difícil paso del sistema educativo al mercado de trabajo y el de la casi imposibilidad de cambiar de empleo. En su conjunto, esta categoría de la sociedad, se encuentra con un horizonte cerrado y un futuro incierto.
La institución dirigida por Ahmed Lahlimi va más lejos en el estudio de estos factores de riesgo y exclusión social, notando que el 51,4 % de estos jóvenes habitan en medio urbano, de los que el 85% viven en familias dirigidas por un hombre en su mayoría sin ningún tipo de diploma escolar. Además el 72,4 % de estos jóvenes son inactivos y no manifiestan ningún interés en la formación profesional a la que pueden tener acceso. En fin, el 27,6 % se encuentran directamente en el paro, con pocas o ninguna posibilidad de encontrar trabajo.
Aunque las Autoridades marroquíes reconocen que esta franja de la juventud de menos de 25 años posee “un dinamismo y una creatividad reputadas para el desarrollo del país”, es precisamente ahí donde se encuentra el principal foco de aspirantes a la emigración.
¿Tiene solución a corto o medio plazo el fenómeno migratorio masivo? No, mientras persistan sus causas. El fenómeno marroquí es un ejemplo paradigmático. El Reino alaui muestra en los último años un potente desarrollo económico, técnico, industrial y académico. Pero la capacidad de generar puestos de trabajo, es netamente inferior al crecimiento demográfico. El marco de las relaciones económicas, comerciales y financieras internacionales a las que cualquier país debe someterse, no permite alcanzar un equilibrio entre aumento de la población, formación y trabajo. Esto genera un excedente de población que sólo puede desarrollarse fuera del país, en la inmigración a Europa, Estados Unidos o Canadá.
Si Europa quiere controlar la inmigración, debe equilibrar el desfase de desarrollo existente entre el Viejo continente y el conjunto de África y parte de Asia. Los Estados Unidos han puesto en marcha una iniciativa interesante y que comienza a tener efecto: una gran cantidad de empresas manufactureras, electrónicas, industriales, de montaje, se instalan en México, donde se contabilizan ya 32 mil empresas estadounidenses. Muy lejos de lo que ocurre por ejemplo con Marruecos, donde sólo 750 empresas francesas y 360 españolas, se han deslocalizado contribuyendo así a la creación de empleo y al desarrollo del país norteafricano.