El gas y el agua, motores de la guerra para Israel (Parte 1)

Pedro Canales
Las guerras que está llevando a cabo el Estado militarista israelí contra varios de sus vecinos, infringiendo todas las leyes y acuerdos internacionales, pueden tener una lectura distinta a la ofrecida por Tel Aviv de “lucha contra el terrorismo”, si se las observa en base a dos variables: el agua y el gas. Israel juega su futuro como país en estas dos claves. Al igual que prácticamente todos sus vecinos: Jordania, Líbano, Siria, Egipto y Palestina. En esta primera toma, veamos el papel del gas en los conflictos.
Israel sigue teniendo en su punto de mira a Siria, quien junto con Líbano forman una tríada asentada sobre una de las reservas de gas más grandes del planeta. Además, el triángulo geográfico Beirut-Damasco-Tel Aviv es clave en todo proyecto de gasoducto entre Oriente Medio y Europa, por mar a través de Grecia o por tierra a través de Turquía. Es pues una zona de primer orden en la estrategia de expansión-ocupación israelí.
La guerra de Israel contra la franja de Gaza, cuyo balance asciende a más de cuarenta mil muertos palestinos y mas de cien mil heridos, sin contar con los centenares de miles de desplazados, ha permitido a Israel imponer y sostener manu militari su ocupación ilegal y en contra de los Acuerdos de Oslo, de la plataforma gasística de Gaza Marine. Desde 2006, Israel la explota y no comparte sus beneficios tal como estipulaba el Acuerdo de Oslo firmado entre Israel y la OLP (Organización para la Liberación de Palestina), por el que se reconocían mutuamente, y otorgaba a la franja de Gaza 20 millas de aguas territoriales. La actual guerra de aplastamiento y anexión de Gaza, demuestra que tampoco tiene intención de hacerlo en un futuro. Ya desde 2008 Israel confiscó los yacimientos de Gaza Marine en contra de las leyes internacionales.
Al mismo tiempo que el Ejército israelí bombardeaba y destruía las infraestructuras de la franja palestina, Israel otorgaba nuevas licencias de exploración gasística a seis multinacionales, entre ellas la British Petroleum y la ENI italiana, para operar en una extensa zona situada mar adentro justo a veinte millas de Gaza, dentro de sus aguas jurisdiccionales admitidas.
También en el norte de Israel, en su frontera con Líbano, que en estos momentos es campo de batalla, Israel trata de imponer por la fuerza su delimitación de fronteras, de tal manera que el yacimiento de Karish y en parte también el de Qana situados en aguas que se disputan Israel con el Líbano, entren en su dominio. El primero, el de Karish, Israel lo engulle totalmente, y el segundo, el de Qana queda partido por la mitad.
Líbano, que no tiene suficiente capacidad política ni militar para hacerle frente a Israel ante el atropello bélico que está sufriendo, estima que su frontera marítima incluye todo el yacimiento de Qana-Sidón, y más de la mitad del de Karish. Israel y Líbano siguen en “estado de guerra” y no pueden hablarse cara a cara, por lo que se da la circunstancia curiosa de que el negociador entre ambos es un  estadounidense, Amos Hochstein, Consejero de la Casa Blanca para temas energéticos, que también tiene la nacionalidad israelí.
Para solventar este dilema definitivamente, tal como parecen haber evaluado los estrategas israelíes, era necesario desplazar la frontera terrestre entre los dos más al norte. Lo que ha hecho de facto Tel Aviv lanzando esta guerra con intervención terrestre en Líbano. La frontera ha quedado situada muchos kilómetros más al norte, con lo que Beirut ya se puede olvidar de sus reivindicaciones sobre los yacimientos de gas que hay en sus aguas territoriales. Israel quiere empujar la zona tampón de 30 kilómetros existente entre el norte de Israel y el sur de Líbano que se extendía desde la frontera histórica entre ambos fijada en 1949 hasta el rio Litani y en la que está la FINUL (Fuerzas de interposición de la ONU), hasta el rio Awali, otros 30 km más al norte y que desemboca en el mediterráneo.
Si a esto le añadimos que el asesinado Hasan Nasralah, jefe del movimiento Hezbollah, había declarado no hace mucho que “tenemos la capacidad de impedir la explotación”, refiriéndose al yacimiento de Qana, queda claro que uno de los motivos y quizás el más determinante a medio y largo plazo, de esta nueva guerra israelí contra Líbano, tiene un marcado componente energético.
El gobierno libanés, a sabiendas de que su supervivencia depende de las importaciones de recursos energéticos y de que cualquier acuerdo con  Israel, directo o por intermediarios, siempre corre el riesgo de esfumarse, había ideado un plan  para importar gas egipcio por gasoducto a través de Jordania y Siria. Pero el Banco Mundial, en manos de las corporaciones financieras estadounidenses y del lobby judío, no accedió a financiarlo. En el último trimestre de 2022, Washington impuso un “acuerdo” a las dos partes, fijando la distribución del espacio marítimo en torno a los yacimientos, de tal modo que Israel se apropió del 17% de los beneficios del yacimiento libanés de Qana-Sidón, y por supuesto de todos los ingresos del yacimiento de Karish. Un acuerdo que Israel parece dispuesto a olvidar en estos momentos.
La Unión Europea, como suele acostumbrar, hace declaraciones pero toma pocas resoluciones cuando de conflictos se trata. Y de hecho ha puesto en stand by el gasoducto EastMed, que debería unir los yacimientos chipriotas e israelíes (¿cuáles? ¿los que disputa a Líbano? ¿el que se ha apropiado de Gaza Marine?) primero con Grecia y después con Italia, atravesando aguas que siguen en litigio entre Grecia, Chipre y Turquía.

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